Parecen buenas las intenciones del
Ministerio. “Prevención de la violación”. Prevenir las violaciones,
erradicarlas, es un gran objetivo.
El
problema es cómo se ataja este gran problema. ¿Qué hacemos? A una le puede dar
por pensar que la mejor manera de prevenir violaciones es, en primer lugar,
prevenir que haya violadores, erradicarlos. Y para que no haya violadores,
todxs deberíamos saber, entender y aplicar que las mujeres no somos objetos
para la satisfacción del deseo sexual de otrxs. Deberíamos entender y saber que
las personas somos personas, con lo que ello implica, esto es, capacidad y
derecho para decidir cuándo, cómo, con quién queremos mantener relaciones
sexuales. Capacidad y derecho para decidir cuánto queremos que dure o hasta
donde queremos llegar.
Sí, las intenciones del Ministerio
parecen buenas, pero el resultado es desastroso.
En primer lugar, la prevención (y
erradicación) de las violaciones no puede conseguirse si mantenemos la idea de
que las mujeres estamos ahí para satisfacer al hombre. Cuando nos piden que no
dejemos ver al mundo nuestra independencia al vivir solas, cuando nos aconsejan
que vivamos alerta ante la inminente agresión de un desconocido, cuando nos
exhortan para que vistamos de una u otra manera, no sólo hacen gala de un
paternalismo que nos anula como personas adultas, sino también nos cosifican.
Que traten de la misma manera la prevención del robo de una vivienda que una
agresión sexual es una muestra de qué somos para ellos: propiedades. Si nos
aconsejan que no dejemos ver que vivimos solas, es en parte una llamada de
atención a la mujer: hazles ver a los hombres que ya eres propiedad de otra
persona.
En segundo lugar, nos atemorizan.
La autonomía, el hacer uso del espacio público como un hombre, incluso el ser
amable con desconocidxs, son riesgos. Lo
que para un hombre es el desarrollo normal de su vida adulta, es presentado
para nosotras como un peligro potencial. Llevar una vida normal, en la que
pasear por la calle o elegir la ropa que nos guste sean sólo una opción,
conlleva un peligro tal para una mujer que debería pensarlo bien antes. ¿Cuál
es el mensaje, el poso que queda ahí? La culpa. Si caminas sola por la calle,
si pusiste tu nombre en el buzón, si condujiste un coche y te violaron, la
culpa es tuya.
En tercer lugar, todos estos
consejos obvian por completo una triste realidad: la mayoría de las violaciones
las perpetran conocidos. Desde familiares cercanos a amigos. Tu propia pareja.
Los violadores pueden ser hombres que se “agazapan detrás de coches” pero no
siempre es así. Normalmente no es así. Muchas mujeres han sido violadas en su
relación de pareja, y a pesar de reconocer el malestar que estas “relaciones”
generan, no son conscientes de haber sido violadas. Muchas niñas (y en este
caso niños) son violadxs por familiares y la culpa con que se rodea a las
víctimas les impide hablar de ello, prolongando una situación de abusos y
agresiones durante largo tiempo.
El problema viene cuando se
perpetúa esa imagen del violador que ataca con alevosía y nocturnidad a mujeres
borrachas en minifalda. Es una visión cómoda para el hombre y que invisibiliza
a la víctima y su sufrimiento: el violador es entonces un loco asocial y la
violada una mujer descuidada y, en parte, culpable y con este mito se oculta la
realidad, aún más grave, y es que vivimos en una cultura que incita a la
violación.
Mientras la educación que se da a
lxs niñxs varíe en función de su género, mientras seamos bombardeadxs con
estereotipos y roles, mientras un NO pueda significar SÍ en algunos casos,
mientras sigamos siendo seres de segunda, habrá violaciones.
Recluir a las mujeres en espacios
“seguros”, privarlas de libertad, vestirlas cual monja renacentista o hacerlas
sentir miedo y culpa no va a solucionar nada. Señores, esto no es una “prevención de la violación”,
esto es un refuerzo a los argumentos de los agresores.