La maternidad suele ser vivida como impone la lógica capitalista imperante:
como un proceso individual, sin repercusiones.
Sin embargo, la maternidad es uno de los ejes centrales de la cultura, la
economía y la política. Para el capitalismo y el heteropatriarcado su
relevancia es inmensa; al fin y al cabo
la maternidad supone la llegada al mundo de más personas, de más mano de obra,
de más sujetos hombres/sujetos mujeres. Y si este proceso podría considerarse
casi el más importante para el ser humano (sin él no habría personas), es
lógico que ambos sistemas tengan un especial interés en controlarlo.
Como actitud política, y como decisión personal, existen dos opciones: o
dejamos de proveer de nuevos sujetos al sistema (child free) o bien subvertimos
la manera de reproducirnos, reapropiándonos de nuestros cuerpos y nuestras
crías.
Ninguna de estas opciones tiene cabida en el ideario heteropatriarcal y
capitalista, que reacciona en ambos sentidos. Los gobiernos tratan de legislar
nuestros úteros, imponiendo la maternidad a algunas mujeres, e impidiendo ser
madres a otras. Y el criterio de “validez” para ser madre es la
heteronormatividad.
En esta semana, se ha votado una reforma de ley que obligará a las menores
que queden embarazadas a poner en riesgo su integridad, su vida en definitiva.
El futuro de la persona nacida en tales condiciones tampoco parece halagüeño.
Al sistema no le interesa la seguridad y el bienestar de sus menores; le
interesa su capacidad productiva, de producción de más personas que puedan ser
explotadas.
Y estas personas serán fácilmente explotadas si se siguen los esquemas
impuestos para la reproducción. El embarazo, el parto y la crianza deben
ajustarse a los parámetros que establece el heteropatriarcado; es decir, deben
producirse entre personas heterosexuales o bien por parte de mujeres en
situaciones problemáticas, fáciles de controlar y abocadas junto a sus hijos e
hijas a engrosar las filas del proletariado.
Es aquí donde entran en juego otras medidas adoptadas por el gobierno:
impedir el acceso a la maternidad a mujeres solteras o lesbianas y mantener
medidas laborales y económicas que dificulten la conciliación a las mujeres y
la participación en la crianza de los padres.
Pero los poderes fácticos nunca actúan solos; sus preceptos, sus
imposiciones, se integran en el imaginario colectivo, en la ideología
imperante, en lo que se considera “bueno” o “deseable”. Todxs hemos integrado
en nuestro ideario el arquetipo de la “buena mujer”, la “buena madre”, mujer
con una pareja del sexo opuesto, fiel, que trabaja 24 horas al día y 7 días a
la semana, fuera de casa y dentro de casa, prácticamente en soledad, y que debe
mantener una actitud cariñosa y amable con todo el mundo.
Aquí proponemos una revisión integral y radical de la maternidad, que solo
será posible gracias a la reapropiación de nuestros cuerpos, y la capacidad
plena de decisión sobre ser o no madres.
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