Libres y empoderadas

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domingo, 19 de abril de 2015

Feminismo y maternidades

La maternidad suele ser vivida como impone la lógica capitalista imperante: como un proceso individual, sin repercusiones.
Sin embargo, la maternidad es uno de los ejes centrales de la cultura, la economía y la política. Para el capitalismo y el heteropatriarcado su relevancia  es inmensa; al fin y al cabo la maternidad supone la llegada al mundo de más personas, de más mano de obra, de más sujetos hombres/sujetos mujeres. Y si este proceso podría considerarse casi el más importante para el ser humano (sin él no habría personas), es lógico que ambos sistemas tengan un especial interés en controlarlo.
Como actitud política, y como decisión personal, existen dos opciones: o dejamos de proveer de nuevos sujetos al sistema (child free) o bien subvertimos la manera de reproducirnos, reapropiándonos de nuestros cuerpos y nuestras crías.
Ninguna de estas opciones tiene cabida en el ideario heteropatriarcal y capitalista, que reacciona en ambos sentidos. Los gobiernos tratan de legislar nuestros úteros, imponiendo la maternidad a algunas mujeres, e impidiendo ser madres a otras. Y el criterio de “validez” para ser madre es la heteronormatividad.
En esta semana, se ha votado una reforma de ley que obligará a las menores que queden embarazadas a poner en riesgo su integridad, su vida en definitiva. El futuro de la persona nacida en tales condiciones tampoco parece halagüeño. Al sistema no le interesa la seguridad y el bienestar de sus menores; le interesa su capacidad productiva, de producción de más personas que puedan ser explotadas.
Y estas personas serán fácilmente explotadas si se siguen los esquemas impuestos para la reproducción. El embarazo, el parto y la crianza deben ajustarse a los parámetros que establece el heteropatriarcado; es decir, deben producirse entre personas heterosexuales o bien por parte de mujeres en situaciones problemáticas, fáciles de controlar y abocadas junto a sus hijos e hijas a engrosar las filas del proletariado.
Es aquí donde entran en juego otras medidas adoptadas por el gobierno: impedir el acceso a la maternidad a mujeres solteras o lesbianas y mantener medidas laborales y económicas que dificulten la conciliación a las mujeres y la participación en la crianza de los padres.
Pero los poderes fácticos nunca actúan solos; sus preceptos, sus imposiciones, se integran en el imaginario colectivo, en la ideología imperante, en lo que se considera “bueno” o “deseable”. Todxs hemos integrado en nuestro ideario el arquetipo de la “buena mujer”, la “buena madre”, mujer con una pareja del sexo opuesto, fiel, que trabaja 24 horas al día y 7 días a la semana, fuera de casa y dentro de casa, prácticamente en soledad, y que debe mantener una actitud cariñosa y amable con todo el mundo.

Aquí proponemos una revisión integral y radical de la maternidad, que solo será posible gracias a la reapropiación de nuestros cuerpos, y la capacidad plena de decisión sobre ser o no madres.­

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