Desde el
movimiento feminista hemos venido convirtiendo en asunto central la cuestión
del lenguaje y por tanto no pueden faltar los machitos que tratarán de
ridiculizarnos cada vez que tomemos la palabra para defender la posibilidad de
un lenguaje que desafíe y deslegitime el lenguaje androcéntrico heredado.
Haciendo uso de uno de sus argumentos favoritos, nos espetarán que deberíamos
emplear nuestro tiempo y nuestras energías en luchar por cambiar las
estructuras sociales materiales que colocan a las mujeres en un segundo plano
(la desigualdad salarial, la violencia de género, el derecho al aborto, etc.)
en lugar de ocuparnos de “chorradas lingüísticas”. Porque ellos, una vez más,
saben mejor que nosotras el camino que ha de seguir el feminismo y por eso no
pueden evitar darnos lecciones sobre el hecho de que el lenguaje es neutro y
natural porque, claro está, nos ha caído del cielo. Porque la que es machista
es la sociedad que produce el lenguaje, no el lenguaje en sí. Y ya con eso se
justifican y se lavan las manos.
Pues bien,
machirulo fan de la RAE, quizá te lleves un chasco cuando te enteres de que
combatir la violencia material y la violencia simbólica no es incompatible, y
de que no hay necesidad de elegir entre una u otra porque se relacionan entre
sí. Cuestionar la discriminación lingüística parte del reconocimiento de que
más allá de las estructuras materiales encontramos estructuras de dominación
patriarcal en las propias bases del razonamiento, y en ellas se encuentran los
procedimientos lingüísticos a partir de los cuales se producen los
significados. Pensamos con palabras y por tanto el lenguaje cumple una función
central en la construcción social de la realidad porque determina nuestra
visión del mundo. Como producto cultural, sabemos el lenguaje no puede ser
neutro, sino que refleja la ideología dominante, y esta es androcéntrica y
patriarcal.
Lo que no
se nombra, no existe, y las personas de identidades de género no hegemónicas
han sido excluidas a lo largo de los siglos de las estructuras de poder, pero
también de las representaciones discursivas y del repertorio de significados de
las lenguas. Transformar el lenguaje en aras de no invisibilizar ni excluir
ninguna identidad de género implica también modificar los modos de
pensamiento. A lo mejor te molesta tanto
el lenguaje no sexista porque pone en jaque tu posición dominante y cuestiona
los privilegios de la sociedad patriarcal en los que se basa tu poder.
No contento
con esta explicación, nos dirás: “pues Noséquién es mujer y no se siente
discriminada por el lenguaje”. Y es que resulta que percibir y sentir la
discriminación en el lenguaje no depende de si se es él, ella o elle, sino que
tiene que ver con tener conciencia de género, que no es atribuible en virtud de
esencialismos. El lenguaje y los valores patriarcales que transmite se han ido
construyendo de acuerdo con la visión de los grupos de poder dominantes, que
han impuesto sus valores como únicos y objetivos, y por tanto estos valores se
convierten en naturales. Es necesario realizar un ejercicio de replanteamiento,
de cuestionamiento de los valores y de toma de conciencia para ser capaces de
someter a crítica la ideología que subyace a los mecanismos lingüísticos que
cotidianamente utilizamos.
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