Libres y empoderadas

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viernes, 10 de junio de 2016

MITOS SOBRE LA VIOLENCIA DE GÉNERO. III. EL CICLO DE LA VIOLENCIA.


A menudo nos preguntamos cómo es posible que las mujeres víctimas de violencia no dejen a su agresor o retiren denuncias ya interpuestas. Estas mujeres están sometidas a un ciclo que se repite constantemente. A pesar de que tendemos a imaginar una dinámica en la que las agresiones son constantes (y físicas), en realidad ellas  no son agredidas TODO el tiempo ni de la misma manera, sino que existen fases para la agresión, que tienen variada duración y diferentes manifestaciones.

El ciclo de la violencia tiene tres fases:

1.       Acumulación (aumento) de la tensión

2.       Agresión

3.       Luna de miel: arrepentimiento y comportamiento cariñoso.

Estas etapas se repiten una y otra vez, disminuyendo el tiempo entre una y otra.                      

I FASE - Acumulación (o aumento) de la tensión. Existen agresiones como gritos, peleas pequeñas, fáciles de justificar y que no ponen aún en riesgo la vida de la víctima. El hombre comienza a enfadarse por cosas insignificantes; busca cualquier excusa para justificar su irritación y todo le molesta. Las víctimas interiorizan el discurso del agresor y se culpan a sí mismas del enfado de su compañero, o lo atribuyen al estrés o factores externos; piensan que lograrán detener o reducir la conducta agresiva del agresor. Se va generando en esta fase una relación de dependencia y la actitud del agresor va mermando la autoestima de la mujer. Es común también que la mujer vaya quedando aislada socialmente aumentando la dependencia y la indefensión. Esta actitud de aceptación refuerza el hecho de que el agresor no se sienta responsable por su comportamiento, a la vez que la sociedad, con diferentes mensajes, también aprueba este derecho que el hombre cree tener.

II FASE Incidente agudo de agresión 

Esta segunda etapa se caracteriza por una descarga incontrolable de la violencia, ésta puede ser física o psicológica (golpes, lanzar objetos, golpear puertas, insultos, zarandeos, inmovilizar a la mujer contra una pared,...); la ira del agresor parece fuera de control, pero su objetivo es claro: infundir pánico en su pareja.  Es en este momento cuando se producen las agresiones físicas de gravedad, que pueden terminar en asesinato. Los agresores generalmente culpan a las esposas/compañeras, sin embargo, ellos tienen control sobre su comportamiento violento y lo descargan selectivamente sobre sus parejas. Por lo tanto, el agresor es el único que puede detener este episodio. La mujer puede reaccionar entonces de muchas maneras: puede permanecer aislada, deprimida, sintiéndose impotente o puede buscar ayuda en su entorno, denunciar al agresor o marcharse de casa.

III FASE. Arrepentimiento y Comportamiento Cariñoso.

Se caracteriza por un comportamiento extremadamente cariñoso, amable y de arrepentimiento por parte del agresor.  Generalmente se muestra arrepentido, suplica perdón y promete que no lo hará nunca más; trata de convencerla de que puede controlarse. Puede utilizar a otros/as miembros/as de la familia para convencerla y cambia (engañosamente) su comportamiento: le da regalos, le "ayuda" en la labores de la casa, la lleva a pasear, etc. Tras la explosión violenta, esta demostración de falso amor confunde a la víctima. Es aquí donde se cierra el proceso de estructuración de la victimización de la mujer. La tensión disminuye a sus mínimos niveles. Los valores tradicionales que las mujeres han interiorizado en su socialización con respecto a su rol en el matrimonio operan, en este momento, como reforzadores de la presión para que mantenga su matrimonio.

Después de la III Fase, la primera vuelve a aparecer, ya que son falsas promesas de cambio que comienzan con un "si tú no hubieses hecho/dicho/hablado con/etc", cerrando así el círculo, que cada vez se estrecha más.

Como hemos visto, la relación va pasando por fases en las que, en un primer momento, el comportamiento del agresor es fácilmente justificable y la víctima trata de evitar las confrontaciones, cargando con la responsabilidad de los sentimientos y actuaciones de él. En la segunda fase, que entraña el peligro real de un asesinato, es común que la víctima acuda en busca de ayuda para terminar la relación; desgraciadamente, esa ayuda puede no materializarse e incluso puede ocurrir que el entorno llegue a apoyar al agresor. Por último, el maltratador se convierte, de pronto, en una persona atenta, cariñosa y considerada, y manipula a la víctima haciéndola creer que no volverá a agredirla, incluso amenaza con suicidarse como "muestra de su arrepentimiento". La víctima se aferra a esa ilusión, generalmente reforzada por el entorno y las ideas tradicionales sobre las relaciones románticas. Debemos recordar que en la Violencia de Género el agresor no es un desconocido, sino el marido, la pareja, esa persona con la que se convive y que en muchos casos es además el padre de los niños y niñas. El miedo, la culpa, la ansiedad, la falta de apoyo, la sensación de desamparo o el miedo a no tener recursos empujan a la víctima a permanecer junto al agresor y a confiar en que realmente la agresión ha sido un hecho puntual que no se repetirá.

Por ello, debemos olvidar el discurso imperante que culpabiliza a la víctima y apoyarla entendiendo la gravedad de la situación.

 

MITOS SOBRE LA VIOLENCIA DE GÉNERO. II. LA VIOLENCIA DE GÉNERO SÓLO SE DA EN FAMILIAS CON PROBLEMAS


La violencia contra las mujeres se intenta racionalizar, vinculándola sin evidencia alguna al alcoholismo, adicciones, celos, marginación, enfermedad mental y otros factores que, aunque pueden actuar como condicionante o como agravante de las consecuencias de la violencia machista, no convierten a los hombres en agresores.

Los mitos que muestran a mujeres eligiendo ser maltratadas o disfrutando de la violencia que padecen, nos hacen tener una predisposición negativa ante ellas, provocando en la sociedad un efecto ofensivo, no sólo para las víctimas de la violencia de género sino para todas las mujeres, ya que obvia la complejidad de la problemática, así como la socialización y estructura patriarcal en la que todas y todos hemos crecido. Con todo esto, nos encontramos con un sentimiento general de tolerancia hacia la violencia de género y reconocer y transformar estas actitudes es esencial para erradicarla.

Hoy comenzamos con el mito: “La Violencia de Género sólo se da en familias con problemas”.

Ya entendamos estos problemas como una mala situación socio-económica, laboral, de salud, ya sea física o mental, o con problemas de adicciones, es un error achacar a esto el hecho de que los maltratadores lo sean.

En primer lugar, el intentar justificar estos comportamientos a través de circunstancias problemáticas de carácter transitorio resulta ilógico: en ese caso, la violencia cesaría cuando esta problemática se solucionara, pero las conductas de abuso y maltrato a la mujer continúan.

En segundo, en situaciones de estrés o bajo el consumo de ciertas sustancias, es posible estar más irascible y resolver los posibles conflictos de manera inadecuada, cercana a la violencia. Pero en tal caso, estas conductas violentas no se dirigirían solo contra la pareja, si no que sería una tónica general en sus relaciones sociales. El llevarse a cabo solo contra la pareja, tiene sus raíces en el sentimiento de posesión y exclusividad que tienen los maltratadores hacia sus parejas, en la relación de poder que tienen sobre ellas.

Y por supuesto, de ninguna manera una situación de estrés o de consumo justifica ninguna agresión, ya sea contra nuestra pareja o contra cualquier otra persona. Y si hay un problema de autocontrol, es el propio sujeto el que debe hacerse cargo de él y no perjudicar a terceras personas.

Por todo esto, es muy necesario desmontar esta idea tan anclada en nuestras cabezas del maltratador machista como un monstruo, enfermo, adicto y marginado totalmente ajeno a nuestra cotidianidad. Idea que, desgraciadamente, los medios de comunicación refuerzan habitualmente en el tratamiento que hacen de los casos de terrorismo machista, en el que se intentan justificar los actos del agresor, basándolos en causas ajenas y externas a él, y en demasiadas ocasiones llegando a la culpabilización de la víctima.

Porque los terroristas machistas son lobos con piel de cordero; muchos de ellos son hombres que no son violentos en su medio social o laboral, tienen una buena imagen y gozan de admiración y respeto. Pero que se convierten en la peor pesadilla de sus compañeras al llegar a ese lugar que tomamos como seguro llamado hogar.

Porque no nos morimos, nos matan.

Porque no son enfermos ni adictos, son hijos sanos del patriarcado.

Porque somos muchas, somos tantas, somos todas las mujeres.
 
Y vamos a gritar bien fuerte: ¡No al terrorismo machista! ¡Nos queremos vivas!

 

MITOS SOBRE LA VIOLENCIA DE GÉNERO. 1. DEFINICIÓN.


Cuando hablamos de Violencia de Género, nos referimos a toda violencia física, psíquica, sexual o económica contra la mujer que sirve para reafirmar la superioridad masculina sobre la femenina y que se lleva a cabo para mantener el control y la subordinación de la mujer al hombre.
 
La violencia la sufren muchas mujeres, en nuestro país y en el resto del mundo. Ocurre en todos los grupos sociales, sin distinción de edad, clase social, religión o raza.

El maltratador tiene fuertemente interiorizados los valores tradicionales de la superioridad masculina: una idea rígida, estereotipada y sexista de la masculinidad y la feminidad (el hombre es el que manda y si eres su pareja, “le perteneces”). Es un comportamiento para dominar o infundir temor y es un intento de sentirse superior en el único ámbito donde cree que puede ejercer el poder con impunidad: El hombre trata de “educar” y “corregir” para que se cumpla el papel que él cree que debe tener una buena mujer/una buena novia.

 No es “violencia doméstica” ni “violencia intrafamiliar”. Es un problema específico y de mucha gravedad. Como dato para entender el alcance de esta violencia, recordamos que las mujeres entre 15 y 44 años tienen una mayor probabilidad de ser mutiladas o asesinadas por hombres que de morir de cáncer, malaria, accidentes de tráfico o guerra combinados.

miércoles, 1 de junio de 2016

Tópico 9. Las mujeres son unas cotorras.


Qué ingenioso, creativo y desternillante está el gremio hostelero últimamente. Y avispado, sí. No se les escapa una. Su concienzudo análisis de la realidad les ha llevado a un conocimiento cuasi científico de la realidad femenina. Y estas son sus conclusiones.

La mujer es una cotorra, no se calla jamás, y por eso habla a todas horas. En caso de querer salir, lo hará porque teme que la factura del móvil se desorbite y por eso decide continuar hablando sin gastar dinero.  Por si acaso no os había quedado claro, las mujeres no nos callamos ni meando, por eso vamos juntas al baño. Frente a la contención y el saber estar masculino, las deslenguadas mujeres presentan una verborrea descontrolada y apabullante, que puede llegar a resultar molesta para el racional cerebro masculino.

Estas revelaciones, de inestimable valor sociológico, no podían ser ocultadas por más tiempo, y no han faltado aliados de la cultura que, en aras de iluminar con su sapiencia al común de los mortales, utilizando además un tono cómico y desenfadado del que lxs divulgadores científicos deberían tomar nota, han ilustrado las puertas de sus baños con unos sublimes carteles, muestra del humor más refinado y exquisito:


Nosotras también hemos sacado nuestras conclusiones. La primera, que las simplificaciones absurdas no solo tienden a no ser graciosas, sino que son peligrosas. Fomentar ideas como que las mujeres son más habladoras y los hombres más reservados es ignorar que las personas somos personas y como tales, trascendemos los roles y esquemas del género. Es asumir que las mujeres somos menos racionales y más impulsivas y reproducir así la idea de que las mujeres son más tontas que los hombres. Es negar que los hombres también pueden ser expresivos y habladores. Es, en fin, perpetuar estereotipos perniciosos y simplistas.

Claro, que a lo mejor nos estamos precipitando y resulta que nuestros queridos amigos han optado realmente por el criterio de la charlatanería para segregar el acceso a los baños de sus locales, adaptando la brillante idea del vagón del silencio del tren a sus propios establecimientos, asegurando así a la clientela una inmejorable experiencia excretora.

En cualquier caso, y dadas las implicaciones machistas de esta burda gracieta, os invitamos a buscar alternativas menos sexistas y más inclusivas.