La violencia contra las mujeres se intenta
racionalizar, vinculándola sin evidencia alguna al alcoholismo, adicciones,
celos, marginación, enfermedad mental y otros factores que, aunque pueden
actuar como condicionante o como agravante de las consecuencias de la violencia
machista, no convierten a los hombres en agresores.
Los mitos que muestran a mujeres eligiendo ser
maltratadas o disfrutando de la violencia que padecen, nos hacen tener una
predisposición negativa ante ellas, provocando en la sociedad un efecto
ofensivo, no sólo para las víctimas de la violencia de género sino para todas
las mujeres, ya que obvia la complejidad de la problemática, así como la
socialización y estructura patriarcal en la que todas y todos hemos crecido. Con
todo esto, nos encontramos con un sentimiento general de tolerancia hacia la
violencia de género y reconocer y transformar estas actitudes es esencial para
erradicarla.
Hoy comenzamos con el mito: “La Violencia de Género sólo se da en familias con problemas”.
Ya entendamos estos problemas como una mala
situación socio-económica, laboral, de salud, ya sea física o mental, o con
problemas de adicciones, es un error achacar a esto el hecho de que los maltratadores
lo sean.
En primer lugar, el intentar justificar estos
comportamientos a través de circunstancias problemáticas de carácter
transitorio resulta ilógico: en ese caso, la violencia cesaría cuando esta problemática
se solucionara, pero las conductas de abuso y maltrato a la mujer continúan.
En segundo, en situaciones de estrés o bajo el
consumo de ciertas sustancias, es posible estar más irascible y resolver los
posibles conflictos de manera inadecuada, cercana a la violencia. Pero en tal
caso, estas conductas violentas no se dirigirían solo contra la pareja, si no
que sería una tónica general en sus relaciones sociales. El llevarse a cabo
solo contra la pareja, tiene sus raíces en el sentimiento de posesión y
exclusividad que tienen los maltratadores hacia sus parejas, en la relación de
poder que tienen sobre ellas.
Y por supuesto, de ninguna manera una situación de
estrés o de consumo justifica ninguna agresión, ya sea contra nuestra pareja o
contra cualquier otra persona. Y si hay un problema de autocontrol, es el
propio sujeto el que debe hacerse cargo de él y no perjudicar a terceras
personas.
Por todo esto, es muy necesario desmontar esta idea
tan anclada en nuestras cabezas del maltratador machista como un monstruo, enfermo,
adicto y marginado totalmente ajeno a nuestra cotidianidad. Idea que,
desgraciadamente, los medios de comunicación refuerzan habitualmente en el
tratamiento que hacen de los casos de terrorismo machista, en el que se intentan
justificar los actos del agresor, basándolos en causas ajenas y externas a él,
y en demasiadas ocasiones llegando a la culpabilización de la víctima.
Porque los terroristas machistas son lobos con piel
de cordero; muchos de ellos son hombres que no son violentos en su medio social
o laboral, tienen una buena imagen y gozan de admiración y respeto. Pero que se
convierten en la peor pesadilla de sus compañeras al llegar a ese lugar que
tomamos como seguro llamado hogar.
Porque no nos morimos, nos
matan.
Porque no son enfermos ni
adictos, son hijos sanos del patriarcado.
Porque somos muchas, somos
tantas, somos todas las mujeres.
Y vamos a gritar bien fuerte: ¡No al terrorismo machista! ¡Nos queremos vivas!
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