Libres y empoderadas

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viernes, 10 de junio de 2016

MITOS SOBRE LA VIOLENCIA DE GÉNERO. II. LA VIOLENCIA DE GÉNERO SÓLO SE DA EN FAMILIAS CON PROBLEMAS


La violencia contra las mujeres se intenta racionalizar, vinculándola sin evidencia alguna al alcoholismo, adicciones, celos, marginación, enfermedad mental y otros factores que, aunque pueden actuar como condicionante o como agravante de las consecuencias de la violencia machista, no convierten a los hombres en agresores.

Los mitos que muestran a mujeres eligiendo ser maltratadas o disfrutando de la violencia que padecen, nos hacen tener una predisposición negativa ante ellas, provocando en la sociedad un efecto ofensivo, no sólo para las víctimas de la violencia de género sino para todas las mujeres, ya que obvia la complejidad de la problemática, así como la socialización y estructura patriarcal en la que todas y todos hemos crecido. Con todo esto, nos encontramos con un sentimiento general de tolerancia hacia la violencia de género y reconocer y transformar estas actitudes es esencial para erradicarla.

Hoy comenzamos con el mito: “La Violencia de Género sólo se da en familias con problemas”.

Ya entendamos estos problemas como una mala situación socio-económica, laboral, de salud, ya sea física o mental, o con problemas de adicciones, es un error achacar a esto el hecho de que los maltratadores lo sean.

En primer lugar, el intentar justificar estos comportamientos a través de circunstancias problemáticas de carácter transitorio resulta ilógico: en ese caso, la violencia cesaría cuando esta problemática se solucionara, pero las conductas de abuso y maltrato a la mujer continúan.

En segundo, en situaciones de estrés o bajo el consumo de ciertas sustancias, es posible estar más irascible y resolver los posibles conflictos de manera inadecuada, cercana a la violencia. Pero en tal caso, estas conductas violentas no se dirigirían solo contra la pareja, si no que sería una tónica general en sus relaciones sociales. El llevarse a cabo solo contra la pareja, tiene sus raíces en el sentimiento de posesión y exclusividad que tienen los maltratadores hacia sus parejas, en la relación de poder que tienen sobre ellas.

Y por supuesto, de ninguna manera una situación de estrés o de consumo justifica ninguna agresión, ya sea contra nuestra pareja o contra cualquier otra persona. Y si hay un problema de autocontrol, es el propio sujeto el que debe hacerse cargo de él y no perjudicar a terceras personas.

Por todo esto, es muy necesario desmontar esta idea tan anclada en nuestras cabezas del maltratador machista como un monstruo, enfermo, adicto y marginado totalmente ajeno a nuestra cotidianidad. Idea que, desgraciadamente, los medios de comunicación refuerzan habitualmente en el tratamiento que hacen de los casos de terrorismo machista, en el que se intentan justificar los actos del agresor, basándolos en causas ajenas y externas a él, y en demasiadas ocasiones llegando a la culpabilización de la víctima.

Porque los terroristas machistas son lobos con piel de cordero; muchos de ellos son hombres que no son violentos en su medio social o laboral, tienen una buena imagen y gozan de admiración y respeto. Pero que se convierten en la peor pesadilla de sus compañeras al llegar a ese lugar que tomamos como seguro llamado hogar.

Porque no nos morimos, nos matan.

Porque no son enfermos ni adictos, son hijos sanos del patriarcado.

Porque somos muchas, somos tantas, somos todas las mujeres.
 
Y vamos a gritar bien fuerte: ¡No al terrorismo machista! ¡Nos queremos vivas!

 

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