Qué ingenioso, creativo y desternillante está el gremio hostelero
últimamente. Y avispado, sí. No se les escapa una. Su concienzudo análisis de
la realidad les ha llevado a un conocimiento cuasi científico de la realidad
femenina. Y estas son sus conclusiones.
La mujer es una cotorra, no se calla jamás, y por eso habla a todas horas.
En caso de querer salir, lo hará porque teme que la factura del móvil se
desorbite y por eso decide continuar hablando sin gastar dinero. Por si acaso no os había quedado claro, las
mujeres no nos callamos ni meando, por eso vamos juntas al baño. Frente a la
contención y el saber estar masculino, las deslenguadas mujeres presentan una
verborrea descontrolada y apabullante, que puede llegar a resultar molesta para
el racional cerebro masculino.
Estas revelaciones, de inestimable valor sociológico, no podían ser
ocultadas por más tiempo, y no han faltado aliados de la cultura que, en aras
de iluminar con su sapiencia al común de los mortales, utilizando además un
tono cómico y desenfadado del que lxs divulgadores científicos deberían tomar
nota, han ilustrado las puertas de sus baños con unos sublimes carteles,
muestra del humor más refinado y exquisito:
Nosotras también hemos sacado nuestras conclusiones. La primera, que las simplificaciones
absurdas no solo tienden a no ser graciosas, sino que son peligrosas. Fomentar
ideas como que las mujeres son más habladoras y los hombres más reservados es
ignorar que las personas somos personas y como tales, trascendemos los roles y
esquemas del género. Es asumir que las mujeres somos menos racionales y más
impulsivas y reproducir así la idea de que las mujeres son más tontas que los
hombres. Es negar que los hombres también pueden ser expresivos y habladores.
Es, en fin, perpetuar estereotipos perniciosos y simplistas.
Claro, que a lo mejor nos estamos precipitando y resulta que nuestros
queridos amigos han optado realmente por el criterio de la charlatanería para
segregar el acceso a los baños de sus locales, adaptando la brillante idea del
vagón del silencio del tren a sus propios establecimientos, asegurando así a la
clientela una inmejorable experiencia excretora.
En cualquier
caso, y dadas las implicaciones machistas de esta burda gracieta, os invitamos
a buscar alternativas menos sexistas y más inclusivas.
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