Libres y empoderadas

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miércoles, 1 de junio de 2016

Tópico 9. Las mujeres son unas cotorras.


Qué ingenioso, creativo y desternillante está el gremio hostelero últimamente. Y avispado, sí. No se les escapa una. Su concienzudo análisis de la realidad les ha llevado a un conocimiento cuasi científico de la realidad femenina. Y estas son sus conclusiones.

La mujer es una cotorra, no se calla jamás, y por eso habla a todas horas. En caso de querer salir, lo hará porque teme que la factura del móvil se desorbite y por eso decide continuar hablando sin gastar dinero.  Por si acaso no os había quedado claro, las mujeres no nos callamos ni meando, por eso vamos juntas al baño. Frente a la contención y el saber estar masculino, las deslenguadas mujeres presentan una verborrea descontrolada y apabullante, que puede llegar a resultar molesta para el racional cerebro masculino.

Estas revelaciones, de inestimable valor sociológico, no podían ser ocultadas por más tiempo, y no han faltado aliados de la cultura que, en aras de iluminar con su sapiencia al común de los mortales, utilizando además un tono cómico y desenfadado del que lxs divulgadores científicos deberían tomar nota, han ilustrado las puertas de sus baños con unos sublimes carteles, muestra del humor más refinado y exquisito:


Nosotras también hemos sacado nuestras conclusiones. La primera, que las simplificaciones absurdas no solo tienden a no ser graciosas, sino que son peligrosas. Fomentar ideas como que las mujeres son más habladoras y los hombres más reservados es ignorar que las personas somos personas y como tales, trascendemos los roles y esquemas del género. Es asumir que las mujeres somos menos racionales y más impulsivas y reproducir así la idea de que las mujeres son más tontas que los hombres. Es negar que los hombres también pueden ser expresivos y habladores. Es, en fin, perpetuar estereotipos perniciosos y simplistas.

Claro, que a lo mejor nos estamos precipitando y resulta que nuestros queridos amigos han optado realmente por el criterio de la charlatanería para segregar el acceso a los baños de sus locales, adaptando la brillante idea del vagón del silencio del tren a sus propios establecimientos, asegurando así a la clientela una inmejorable experiencia excretora.

En cualquier caso, y dadas las implicaciones machistas de esta burda gracieta, os invitamos a buscar alternativas menos sexistas y más inclusivas.

                                                                                                                          

 

 

 

 

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